El PURGATORIO

 

EL POR QUÉ DE UN ESTADO DE PURIFICACIÓN FINAL


El purgatorio es un don del Corazón herido del Cordero. Ahí la Misericordia envuelve a la Justicia. Su contemplación debe ser para nosotros fuente de acción de gracias y de alabanza.
El fuego del purgatorio es fuego de Amor. Brotando del Corazón de Dios, cautivando al alma y abrasándola del deseo de la visión beatífica, este fuego es terrible precisamente porque es fuego de Amor: el Amor de Dios enciende en el alma que está en el purgatorio un vivo deseo de Él, deseo que no alcanzó a tener así de intenso en su vida terrena. Una dolorosa languidez que paulatinamente se convierte en llama ardiente. Entonces el alma es portadora de ese fuego encendido en ella por el Señor y de ese modo, abrasada y vuelta hacia Dios que la atrae irresistiblemente, cautivada por Él e inflamada del deseo de la unión, vuela al cielo.

Mientras tanto, este fuego provoca en esas almas una sed mística que llega a ser atroz; tal es su vehemencia: Mi alma está sedienta de Ti como tierra árida sin agua (Salmo 63, 2).

El tiempo de permanencia en el purgatorio dependerá de las adhesiones impuras que hayamos conservado en nuestra alma, es decir, las adhesiones a todo aquello que no era Dios. El único medio para llegar a la unión con Él es suprimir el obstáculo que está en nuestra alma, y eso se logra mediante la expiación reparadora.

Por ello el alma en el purgatorio ama su sufrimiento, que exalta la santidad de Dios manifestada en este misterio de justicia y misericordia. Lo prefiere mil veces a la eventualidad de un encuentro con Dios en el cual no se daría la plena glorificación divina. Es un tormento de amor, un languidecer del amor como no hay otro en la tierra. Se puede comparar en algo al paralítico de la piscina de Bertseba: este hombre anhelaba intensamente
entrar en el agua cuando se agitaba, pero era incapaz de hacerlo1. Eso le debía dar un ansia inmensa.

Esto es así porque nada manchado puede entrar en la presencia del Señor: Yahvé, ¿quién morará en tu tienda? ¿Quién habitará en tu santo monte? El que anda sin tacha (Salmo 15, 1-2).

Tal exigencia, clara para la conciencia humana, hace que sea común en no pocas religiones históricas, de una forma o de otra, percibir un cierto vislumbre de esta verdad, pues en todas ellas se estipula la necesidad de una purificación después de la muerte.

Si cualquier mancha es impedimento para el encuentro íntimo con la divinidad, es lógico que no hemos de entender con ello sólo las manchas que rompen y destruyen el encuentro definitivo con Dios, sino todo tipo de manchas.

¿Cuál es la diferencia entre los sufrimientos del infierno y los del purgatorio?

Con su lenguaje sobrio, la Iglesia nos enseña que cuantos mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo, y llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados2.

Pero, ¿cuál es la razón principal que hace completamente distinta la purificación de los que
están en el purgatorio al castigo de los condenados?

No debemos ubicar el estado de purificación para el encuentro con Dios de modo paralelo al estado de condenación3. Quien se purifica luego de morir es una persona que ama a Jesucristo.

El condenado es alguien que ha rechazado hasta el final el amor y la clemencia de Dios. El primero vive en el amor, y su amor es ahora más consciente por la muerte. Como ama, su purificación no es sino verse retardado en poseer a la persona amada. Es claro que un amor impedido así en el acceso a Aquel al que ama padece dolor y por ese dolor se purifica.

Aquí radica, como dijimos, la esencia del sufrimiento en el purgatorio, de acuerdo a la intuición de santa Catalina de Génova en su bello Trattato del purgatorio4. El alma que entra en el purgatorio experimenta en sí un fuego de amor: Con el calor de este gran fuego encendido en su seno, el alma se ablanda y se derrite: pero al mismo tiempo padece crueles tormentos. ¿Qué diré para hacer comprender bien su causa? Con la claridad de la luz divina con la cual está plenamente penetrada, ve, 1º, que Dios la atrae incesantemente hacia Él, y emplea para consumar su perfección los cuidados atentos y continuos de su Providencia, y esto por puro amor. Ve, 2º, que las manchas del pecado son como un lazo que le impide seguir ese atractivo, o, por mejor decir, una oposición a aquella relación unitiva que Dios quisiera comunicarle, para hacerle conseguir su último fin y hacerla soberanamente dichosa. 3º, ella concibe perfectamente cuánta sea la pérdida en la menor tardanza de la visión intuitiva.4º, en fin, siente en sí misma un deseo instintivo, el más ardiente posible, de ver desaparecer el obstáculo que impide al supremo Bien atraerla hacia Él.

Si todo pecado es una ausencia de amor a Dios, una imperfección en ese amor, es sin embargo muy distinto poseer actualmente un rechazo total del amor que una mera imperfección del mismo.

El infierno es la absoluta carencia de ese amor; es un estado en que resulta imposible amar. El purgatorio se distingue del infierno en que en él no sólo se puede amar y se ama, sino que
es una escuela de Amor.

Las almas de aquellos que en la tierra no alcanzaron una debida perfección, es decir, que su amor se quedó por debajo de lo que debía, son ahora encendidas en él. Se trata, pues, de reparar el amor remiso en aquellos que no la procuraron con la suficiente diligencia. Dante ofrece una precisa definición del purgatorio cuando en la Divina comedia habla del lugar donde se restaura el amor, donde se repara el perezoso remo (Purg. XVII, 87).

En los místicos es usual establecer la analogía entre los procesos de purificación para acceder a la intimidad divina y el fuego purificador del purgatorio. San Juan de la Cruz, por ejemplo, explica que el Espíritu Santo, como llama de amor viva, purifica el alma para que llegue al perfecto amor de Dios en esta vida, y poseer así ya un cielo adelantado porque se adelantó el purgatorio. Esas etapas de purificación son llamadas noches por el santo carmelita, que habla así: ...esta pena se parece a la del purgatorio, porque así como se purgan allí los espíritus para poder ver a Dios por clara visión en la otra vida, así, en su manera, se purgan aquí las almas para poder transformarse en Él por amor en ésta5.

El papa Juan Pablo II expresa la misma analogía, haciendo suya la enseñanza del doctor místico: La Sagrada Escritura conoce también el concepto de fuego purificador. La Iglesia oriental lo asume como bíblico, y en cambio no acoge la doctrina católica sobre el purgatorio.

Un argumento muy convincente acerca del purgatorio se me ha ofrecido –aparte de la bula de Benedicto XII en el siglo XIV-, sacado de las Obras místicas de san Juan de la Cruz. La “llama de amor viva”, de la que él habla, es en primer lugar una llama purificadora. Las noches místicas, descritas por este gran doctor de la Iglesia por propia experiencia, son en cierto sentido eso a lo que corresponde el purgatorio. Dios hace pasar al hombre a través de un tal purgatorio interior toda su naturaleza sensual y espiritual, para llevarlo a la unión con Él. No nos encontramos aquí frente a un simple tribunal. Nos presentamos ante el poder mismo del Amor.

Es sobre todo el Amor el que juzga. Dios, que es Amor, juzga mediante el amor. Es el Amor quien exige la purificación, antes de que el hombre madure por esa unión con Dios que es su definitiva vocación y su destino6

Tomado de Cursos en linea www.encuentra.com

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